Desvestidos

Vestidos de tul

Medidas variables

 

La obra de Claudia Casarino consiste en la presentación de vestidos de tul suspendidos como si se encontraren distribuidos dentro un guardarropa. Pero éste también se encuentra ausente: las vestiduras son exhibidas directamente a la mirada. Una mirada desorientada que, ante la casi ausencia de materia que le corte el paso, atraviesa la barrera levísima del tul y desemboca en la sombras nítidas que éste arroja sobre la pared cercana.

“El arte deja la presa por su sombra”, dice Lèvinas. Pero desea ambas cosas: el objeto y su imagen. En ese pendular juega y se juega: tras lo real arriesga la verdad. El vestido expulsa su propia realidad, la estampa contra el muro: revela no sólo el vacío del cuerpo humano, sino la ausencia de su propia corporalidad textil, que aparece suplantada por su reflejo.

Los procesos de colonización han servido para sustentar un modo de vida de las metrópolis que no hubiera sido posible sin todo lo que esa colonización trajo consigo.

En obras anteriores, Claudia trabajaba su propia imagen como exceso de presencia corporal. Ahora lo hace como falta: el vestido colgado recalca la ausencia de su portador con quien se identifica siempre (“hombre y atuendo, ¿son uno?”, pregunta Lacan). Los vestidos están diseñados por Claudia para su propia talle, tienen su medida y están dispuestos a su altura: son prendas pensadas para sí. Borrar el vestido (transparentarlo, volverlo espectro, sombra) es borrarse doblemente, como cuerpo (ausente) y como sucedáneo suyo que ha perdido su consistencia.

Pero el vestido permanece como tul que vela, como posibilidad de interponerse mínimamente entre el objeto y su sombra, de diferir por un instante el encuentro con la pura ausencia. Velar es tanto ocultar a medias, como anular el revelado de la imagen y custodiar el obstinado resto de la presencia.

 

Ticio Escobar

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