Obra

Nude (color piel)

Vestidos de algodón elastizado

Medidas variables


Cuando el cuerpo se vuelve centro de disputas por la consolidación de sentidos, se producen variaciones que se expresan a nivel del lenguaje. Con Nude, Claudia Casarino invoca fuerzas horizontales que, al margen de las disputas que constriñen cuerpos de mujeres, que limitan los intercambios fluidos entre ellas, son capaces de crear redes y consolidar nuevas direcciones para el cuidado y la comunicación; ya sea para resistir los embates de la diferenciación, ya sea para desatar sus nudos opresores.

Existe una sinonimia del color. En ciertas lenguas se emplean distintas palabras para referirse al color, se trate o no de un cuerpo humano, y que implican connotaciones específicas, valoraciones subjetivas. En la elección de las palabras está implícita una intención, y, asimismo, el empleo indiferenciado de las palabras puede conllevar malentendidos, cuando no agresiones deliberadas.

Existe también una polisemia del color. Anclado en los terrenos de la cultura, atravesado por repartos coloniales de los cuerpos, existen economías confrontadas que asignan distintos valores a aquello que en otros contextos puede haber sido tan inespecífico; como lo que en Occidente se dio en llamar raza.

La percepción visual del otro puede ser fijada con fuerza de símbolo, y en razón de éste se pueden justificar acciones. Pero para normalizar los valores de un signo, se necesitan dispositivos de reproducción. ¿Qué es sino parte de un régimen disciplinario lo que se conoce como color piel? En todo caso, ¿qué color?

Alternado con el anglicismo nude [desnudo] la jerga del diseño textil convoca un significante cromático destinado a rodear parcialmente los sujetos vestidos, de modo que sea posible medir la distancia o proximidad de unos cuerpos respecto de otros, en variaciones tonales.

La publicidad ha reinterpretado este lugar problemático del color piel. Campañas celebratorias de la diversidad realizan acotados paraísos propagandísticos con la promesa de tolerancia para todos los cuerpos. Allí, todos los colores serían posibles. Aunque es claro que ya no serán.

Tal vez los vestidos de Casarino apelen a un deseo de apropiación de la suave promesa utópica, aquella ofrecida por la celebración sin crisis de la diversidad, con el deseo de subvertirla. Quizás las diferencias ponderadas por el ojo vigilante del mercado ya no estén sólo convocadas a integrar su paraíso diverso y uniforme, sino que estén llamadas a combatirlo.


Damián Cabrera

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